Mi nombre es Mireya Luna, vivo en Guadalajara, Jalisco, México, una ciudad que tiene casi un millón y medio de habitantes. Caótica, dinámica, de pulsos acelerados, la segunda más grande de México.
Mi relación con la naturaleza es muy especial: en su abrazo encuentro el sosiego que requiero para enfrentar la vida en una ciudad como Guadalajara. Para poder explicar este vínculo hice un poema que a continuación comparto.
Cuando te sientas triste camina descalza y siente la tierra, contempla las infinitas formas de vida en que la madre se manifiesta: observa el recorrido de las hormigas que sin cesar llevan el alimento a sus refugios, la majestuosidad del colibrí que a través de su danza renueva la promesa primigenia, las tonalidades del barro que nos recuerdan a nuestros hermanos de sol, aquellos que nos hablan a través del humo y del tabaco.
Recuéstate en el lecho sagrado y ahí llora, ofrenda tus lágrimas, nada quedará sin consuelo.
Y cuando te hayas vaciado de tristeza, respira profundo y escucha el canto del viento, sin saberlo estarás sanando tus memorias y las de quienes te antecedieron.
No estás vacía de amor, recuerda cuánto tienes para compartir contigo, con la más importante de tu mesa.
Duerme bajo la túnica astral y encuentra la paz en el silencio de la oscuridad, no temas, nada de afuera es real y eres una con la fuente.
El amor no volverá porque nunca se ha ido: reside en tus entrañas.
Invoca al fuego y permite que acaricie tu rostro hasta enrojecerlo, siente su eterna presencia en tu vida y déjate acunar por su calor.
¿Puedes ver los destellos de luz que refleja el río?
Acércate sin temor y báñate desnuda, porque desnuda llegaste a él aquella primera vez; hunde tu cuerpo en sus aguas y vuélvete ingrávida, nada pesa en este momento.
No pesa la duda, no pesa el dolor, no pesa la afrenta del enemigo.
Ahora eres libre como en aquel primer soplo de fuego y copal, ese que aún arde como brasa perpetua.
Hoy, eres...