No se si les pasa a ustedes pero conmigo en parte es una cuestión imaginada, porque no es parte de mi cotidianidad, es parte de mi aspiración de ser y estar. La naturaleza (vivirla) es una cosa abstracta, porque vivir en ciudades te hace ajena en cierta medida. Entender el sentir de otros seres no es una posibilidad real, lo que experimento en lo urbano es una cultura antropocéntrica, insensible, pocas personas se ocupan de tan solo dar agua a los animales que transitan. Al estar en comunidad rural es distinto, me siento parte de su ecología, puedo disfrutar sentarme en el suelo, puedo meditar y el tiempo no te castiga.
Cuando me preguntan de la relación humanidad-naturaleza mi vínculo puede ser más espiritual, porque lo natural para mi también es energía, y se que existe una unidad en el todo. Sobre mi cuerpo, los efectos de los planetas, se muy bien cuando la luna va en creciente porque me afecta. Con la lectura de Tim Ingold se siente la necesidad de deconstruir la razón y el dominio sobre la vida que es diferente a la mía, y esto también transita por comprender y sentirte desde otro lugar. Saben, una integrante de mi familia ha padecido los últimos veinte años de depresión, ansiedad, neurosis. Y la única medicina que logró hacernos entender por dónde venía el problema fue Ayurveda, que en Guatemala también emplea recursos de la medicina maya. Por eso, lo que ejemplifica Ingold de la mente me resonó profundamente, que debe trabajarse de la misma manera, un todo que fluye y que tiene su continuidad. Una célula que esté debilitada puede florecer en un ambiente natural sano. Y eso pasa también por el sentir, por saber que existe un equilibrio. “Naturaleza” somos nosotras también, al final somos corazón latiendo, el uk’ux se dice en idioma k’iche’. Todo está vivo, todo tiene uk’ux.